Arde París

Aquí os dejo mi reflexión sobre los ataques de París, que no pueden entenderse sin saber lo que está ocurriendo no sólo en Siria e Irak, sino también en el resto del mundo árabe. Creo que no podemos encapsularlos en una burbuja sin contextualizarlos adecuadamente. Lo publicará mañana el diario El Correo.

Una vez más, París ha sufrido un atentado yihadista. No es el primero, ni probablemente tampoco será el último, ya que el autodenominado Estado Islámico (EI), que ni es estado ni tampoco islámico, la ha convertido en la diana predilecta de sus ataques, tanto por el papel protagónico que Francia ha asumido en la coalición antiyihadista como por la relevancia mediática de París, la ciudad más visitada del planeta.

 Estado Islámico amenaza a París
El atentado es, ante todo, una demostración de fuerza sin precedentes por parte del movimiento yihadista, puesto que se han registrado varios ataques simultáneos en los que al menos han participado ocho terroristas que, además, portaban cinturones bombas, una práctica habitual en el mundo árabe pero inédita en territorio europeo. Un golpe de estas características requiere una detallada planificación y un profundo conocimiento del terreno, por lo que todo apunta a que los responsables podrían ser retornados de Siria e Irak curtidos en acciones de combate y no ‘lobos solitarios’ que actúan por emulación y carecen de formación militar.

No debemos olvidar que Francia es el principal exportador de yihadistas europeos a Oriente Medio con más de un millar de combatientes que habrían viajado a Siria para integrarse en las filas del EI. El pasado mes de marzo, el primer ministro francés Manuel Valls advirtió que, de mantenerse la misma progresión, dicho número podría triplicarse en el plazo de un año. Los servicios de inteligencia consideran que una cuarta parte de los yihadistas habrían retornado ya a territorio francés como resultado de la intensificación de los bombardeos contra los feudos yihadistas por parte de la coalición capitaneada por Estados Unidos.


También debe tenerse en cuenta que Francia es, con el Reino Unido, el país europeo más beligerante con el Estado Islámico. El pasado 27 de septiembre, la aviación francesa bombardeó por primera vez posiciones yihadistas en Siria. El presidente François Hollande enmarcó dichos ataques en la necesidad de preservar la seguridad nacional francesa. Los recientes atentados ponen en evidencia que dicho objetivo dista de haberse alcanzado. De hecho el comunicado de reivindicación del atentado advierte que «Francia, y aquellos que la sigan, seguirán siendo los principales objetivos del EI… Este ataque no es más que el principio de la tempestad».

El protagonismo francés en la lucha contra el EI parece haber sido determinante en la elección de París por los yihadistas. Hollande ha descrito los atentados como «un acto de guerra del EI contra Francia» y ha prometido que será «implacable» en su respuesta. No obstante, si algo evidencia el ataque es precisamente el estrepitoso fracaso de la campaña aérea puesta en marcha ahora hace un año para combatir al EI, que no sólo no se ha resentido de dicha ofensiva sino que además ha sido capaz de extender sus dominios tanto en Siria como en Irak con la captura de las ciudades de Palmira y Ramadi. El grupo yihadista ha sido capaz, además, de consolidar su control de Raqqa y Mosul y de captar a miles de nuevos yihadistas. También ha logrado que una pléyade de grupúsculos implantados en algunas zonas del Sahel, el Magreb, el Sinaí y Yemen (entre los que se encuentran Boko Haram, Ansar al-Sharia o Ansar Bait al-Maqdis) le juren lealtad y reconozcan su autoridad.

Esta alarmante deriva requiere una profunda revisión de la estrategia seguida hasta el momento. Es imperioso afrontar el núcleo del problema de manera urgente. Siria e Irak, donde el EI nació y se hizo fuerte, se han convertido en Estados fallidos donde campan a sus anchas los grupos yihadistas aprovechando el vacío de poder existente. Estos grupos no sólo representan una amenaza para Occidente, sino también ponen en riesgo la estabilidad del conjunto de Oriente Medio. En las pasadas semanas se han registrado brutales atentados yihadistas en Ankara, Bagdad o Beirut en los que la mayoría de las víctimas eran musulmanas. Ahora esta guerra de la barbarie contra la civilización parece haberse trasladado al corazón de Europa, que en los últimos años permaneció impasible ante el sangriento avance yihadista al considerar que dicha violencia no le salpicaría porque el Mediterráneo se interponía entre nosotros y ellos. Los recientes atentados de París y la llegada de cientos de miles de refugiados tratan de escapar de la muerte parecen demostrar lo contrario.

Ahora más que nunca se requiere un drástico giro en la estrategia seguida hasta el momento. Irak y Siria no pueden ser abandonados a su suerte y la comunidad internacional debe involucrarse de una vez por todas para expulsar al EI, pero también para imponer una solución negociada a las partes que combaten en el interior del país y para frenar a todos aquellos países que no han dejado de alimentar el sectarismo que ha incendiado la región. Debe recordarse que el EI no sólo está en guerra contra Occidente, sino también contra el Islam tal y como ha sido practicado por los musulmanes desde hace siglos, ya que pretende imponer a sangre y fuego el salafismo wahabí, una versión rigorista del Islam completamente minoritaria y que tiene como principal foco de exportación a Arabia Saudí. Por eso ha llegado la hora, antes de que sea determinado tarde, de combatir a todos quienes, ya sean países o individuos, alimentan esta lectura ultraviolenta y ultramontana de Islam, además de antimodernizadora y antidemocrática, que ha ido ganando posiciones en el curso de las tres últimas décadas gracias a la santa alianza entre wahabismo y petróleo.


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