Choque de islamismos

Hace unos días publiqué en el diario El Correo este artículo sobre el choque de islamismos cada vez más evidente . Mis colaboraciones pasadas en dicho periódico, desde el año 2001 al 2012, pueden consultarse en el siguiente link: Escuela de paz.

"El mundo árabe atraviesa un periodo convulso. Como era fácilmente previsible, la transición del autoritarismo a la democracia no está siendo sencilla. No obstante, las manifestaciones antiamericanas no indican necesariamente que la ‘primavera árabe’ haya sido remplazada por un ‘otoño islamista’ ni que las sociedades musulmanas sean refractarias a la democracia, conclusión a la que muchos parecen haber llegado de manera apresurada. Nada más alejado de la realidad.

El hecho de que las revueltas no hayan propiciado un proceso de secularización, como muchos en Occidente esperaban quizás ingenuamente, sino que haya aupado al poder a los islamistas parece haber encendido todas las alarmas. Aunque no fueron los principales protagonistas de la primavera árabe, los partidos islamistas han sido quienes más se han beneficiado de ella rentabilizando su larga trayectoria opositora. Todo ello a pesar de que sus valores conservadores y tradicionales parecen estar en las antípodas de los defendidos por los jóvenes revolucionarios que se manifestaron en las calles de Túnez y El Cairo hace casi dos años.

El optimismo generalizado que desataron aquellas movilizaciones prodemocráticas ha sido remplazado por un desmedido pesimismo. Este razonamiento ignora que, aunque todavía queda mucho camino por recorrer, el primer balance que debe hacerse de las revueltas populares y del incipiente proceso de transición es, a todas luces, positivo porque algunos dirigentes autoritarios han desaparecido, las libertades son ahora mayores que las existentes en el pasado, las leyes de emergencia se han derogado, las formaciones antes proscritas han sido legalizadas y, por primera vez, se han celebrado elecciones libres y realmente competitivas en varios países.

Tampoco puede pasarse por alto que los movimientos islamistas son partidos políticos y, como tales, evolucionan y se adaptan a las circunstancias cambiantes. El amplio respaldo popular que cosecharon en las urnas premia tanto la labor asistencial desarrollada en las últimas décadas como el pragmatismo del que han hecho gala en los últimos años. Los islamistas han reconocido la pluralidad de las sociedades árabes (en lo ideológico y confesional) y, en consecuencia, parecen haber renunciado a imponer por la fuerza sus concepciones aceptando, con ello, el juego democrático (incluida la alternancia en el poder). Sólo partiendo de estas premisas se entiende la abrumadora victoria de los partidos islamistas en las elecciones. Este triunfo no debe contemplarse como algo meramente anecdótico, puesto que los partidos islamistas han llegado para quedarse. Aunque todavía sea demasiado pronto para afirmarlo de manera tajante, todo parece indicar que estamos ante un cambio sistémico que se prolongará en el tiempo.
 
No obstante, debe tenerse en cuenta que estos partidos islamistas moderados no tienen el monopolio del islam político. De hecho existen diferentes sensibilidades dentro de este amplio y heterogéneo movimiento que van desde las posiciones extremas de los salafistas hasta los islamodemócratas pasando por el islamismo tradicional. Tampoco debemos olvidarnos del islam oficialista próximo a los gobernantes, el islam popular representado por los movimientos sufíes o el reciente fenómeno de los telepredicadores, cuya audiencia se ha multiplicado en el curso de la última década. Como hemos podido comprobar en las recientes manifestaciones ni unos ni otros comparten el mismo proyecto político ni tampoco coinciden plenamente en cuáles deben ser las prioridades durante esta fase de transición.

A pesar de que muchos analistas sigan hablando del ‘choque de civilizaciones’, cada día es más evidente que hemos entrado en la fase del ‘choque de islamismos’, en el que parece inevitable la colisión entre dos formas antitéticas de entender el mundo: la primera de ellas más contemporizadora y aperturista, la segunda más integrista e inflexible. El creciente poder de los elementos salafistas supone un motivo de preocupación para los partidos con responsabilidad de gobierno: Al Nahda en Túnez y los Hermanos Musulmanes en Egipto. Los salafistas, que son financiados generosamente por los petrodólares de Arabia Saudí y por las grandes fortunas del golfo Pérsico, tienen su propia agenda política y pretenden imponerla, cueste lo que cueste, al conjunto de la sociedad. Por eso, las manifestaciones ante las embajadas americanas deben ser contempladas ante todo como una demostración de fuerza de los salafistas, que han mostrado su capacidad de movilización y lanzado un claro mensaje a sus gobernantes para que frenen el proceso de normalización con Estados Unidos y adopten una legislación basada en la sharía.

Este órdago coloca a los gobiernos islamistas moderados ante un dilema. No pueden renunciar a su agenda tradicional ni defraudar a su electorado, pero tampoco pueden enfrentarse al resto de la población ni enemistarse con las potencias occidentales. Los tunecinos y los egipcios esperan resultados concretos: que los nuevos gobiernos adopten las medidas necesarias para mejorar la situación económica, generar empleo, implantar un gobierno transparente, combatir la corrupción y garantizar las libertades. En el caso de que no lo consigan, los salafistas podrían aprovechar el descontento social para tratar de extender su base social".

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